Como todos lo sabemos, los niños necesitan amor. La receta respectiva parece simple y clara: ame usted a sus hijos, y ellos se sentiran dignos de que los amen. Este es un consejo que recibimos a menudo, sin embargo, son incontables los hijos de padres que se preocupan profundamente por ellos y que, no obstante, se sienten no queridos. ¿Cómo es posible que esto suceda?
Existe una notoria confusión acerca del significado de la palabra amor. Si se hace la prueba de pedir definición de la misma a media docena de personas, lo más probable es que obtenga media docena de respuestas distintas. Pregúnteles cómo creen ellos que se comunica el amor, y volverá a cosechar una amplia variedad de ideas. Algunos niños nunca oyen la frase "Te quiero", pero se sienten profundamente amados. Otros, a quienes se los sumerge en afecto verbalizado, sienten que no los quieren. Así pues, el consejo "ame a su hijo/a" deja a los padres en la oscuridad. No les ofrece elementos concretos con los cuales trabajar.
Para poder examinar el clima que proveemos, es necesario que sepamos qué es el amor positivo -osea, el que sirve como alimento-, y cómo se lo transmite.
El amor que nutre es un interés tierno, que consiste el valorar al niño por el mero hecho de que existe. Se da cuando vemos a nuestros hijos como seres especiales y queridos, aun cuando tal vez no aprobemos todo lo que hacen.
Si es esto lo que siente usted por su hijo, su problema principal reside en cómo comunicar tales sentimientos. Es un hecho el que muchos de nosotros sólo tenemos nociones decididamente cahas acerca de la forma en que debe transmitirse este material básico de la vida. Antes de examinar los elementos que transmiten al niño el amor de los demás, importa pasar revista a ciertos errores de concepto corrientes.
Es común que se crea que los padres demuestran su amor cuando se manifiestan afectuosos, dejan de lado repetidas veces sus propios intereses en pro de sus hijos/as, observan a estos con ojo vigilante, les ofrecen ventajas materiales, invierten en ellos tiempo abundante y los tratan como si fuesen seres especialmente superiores. EL hecho es que semejante conducta no siempre hace que los niños se sientan amados.
Si bien el afecto cálido y el contacto corporal estrecho fomentan el crecimiento físico, mental y emocional, estos elementos no garantizan, en y por sí mismos, que el niño vaya a sentirse querido. El trato frío e interpersonal - en especial cuando tiene lugar durante los primeros años de la infancia- perjudica todos los aspectos del desarrollo, pero la correspondencia afectiva, sola, no basta para convencer al niño de que es digno de que lo amen.
Tal vez parezca un padre o madre que ama a sus hijos aquel que deja de lado sus propias necesidades para atender a las de su hijo. Sin embargo, esta conducta suele enmascarar el egoísmo intenso, la baja autoestima, el temor al conflicto y hasta el rechazo inconsciente. Ocurre a veces que el hecho de sentirse satélites del niño crea resentimiento en los padres, y este sentimiento está sujeto a comunicación mediante el lenguaje corporal. Vivir con sacrificio no es lo mismo que vivir con amor.
Por su parte el padre vigilante que guía y dirige todos los pasos de su hijo le transmite a este la idea de que el mundo está lleno de peligros que el niño no puede afrontar. La sobreprotección equivale a decir "eres incompetente" que a decir "eres digno de amor". Y por ello, menoscaba el autorrespeto. Se advierte constantemente a los padres que deben pasar más tiempo con los niños. Sin embargo, es la calidad y no la cantidad del tiempo que se invierte en ellos lo que cuenta para que puedan sentirse amados.
Si no procedemos con cuidado, podemos tomar erróneamente como pruebas de amor hechos tales como el afecto físico, la sobreprotección, las expectativas elevadas, el tiempo que empleamos con los niños y los bienes materiales que les brindamos. Todas estas manifestaciones pueden ser la maraña que oculten nuestros verdaderos afectos.
Pepita Gominola