martes, 18 de noviembre de 2014

¿Y tú? ¿Cómo educas?

Kathy Hare Imagen

La parábola de la marsopa, o del delfín, es una interesante historia narrada por George Bateson, uno de los padres de la programación neurolingüística, que recoge las observaciones realizadas por el propio Bateson mientras estudiaba el proceso de entrenamiento de unos delfines en Hawai. Las reflexiones extraídas en este estudio son fácilmente extrapolables al contexto educativo.

Bateson observó durante varios meses como los entrenadores enseñaban a los delfines los trucos que debían realizar durante el espectáculo. La “clase” comenzaba cuando el animal hacía algo inusual, como por ejemplo saltar fuera del agua, tras lo cual los entrenadores hacían sonar su silbato y premiaban al delfín con un pescado. Cada vez que el delfín repetía esa acción el entrenador hacía sonar su silbato y premiaba nuevamente al animal. Pronto el delfín aprendió que esa conducta le aseguraba un premio y por tanto la repetía con asiduidad.

Al día siguiente el delfín volvió a repetir su salto esperando obtener su pescado, pero esta vez no sucedió nada. El animal repitió su salto varias veces hasta que aburrido desiste en sus saltos y realiza una acción diferente, por ejemplo un giro. Inmediatamente el atento entrenador hace sonar su silbato y premia al delfín por este nuevo movimiento. Así, el equipo de entrenadores solo premia las piruetas nuevas. Esta pauta de funcionamiento, indica Bateson, se repitió durante dos semanas. El delfín intenta repetir el movimiento del día anterior esperando su pescado, y como no sucede nada realiza un movimiento distinto que, inmediatamente es reconocido (silbato) y premiado (pescado).

Esta situación resulta durante los primeros días algo desconcertante para el animal, hasta que finalmente descubre la “lógica” del juego: sólo se premian los movimientos diferentes. Bateson cuenta que el decimoquinto día de su entrenamiento el delfín realizó un espectáculo tan extraordinario que parecía haberse vuelto loco. El animal empezó a realizar continuos movimientos diferentes realizando varias piruetas no observadas con anterioridad con otros delfines. Finalmente había “aprendido” no sólo a realizar nuevas conductas, sino que había comprendido las reglas sobre cómo y cuándo producirlas.

Uno de los puntos importantes que recoge Bateson en sus observaciones es que, durante las dos semanas del entrenamiento, observó como el entrenador arrojaba pescado al delfín sin motivo aparente. Preguntado el entrenador por esta cuestión le informó: “Esto lo hago para mantener mi relación con él. Si nuestra relación no fuese buena, el delfín no se molestaría en aprender nada.”

Algunas de las conclusiones que se extraen del estudio de Bateson son:

En este caso el objetivo de los entrenadores no es que el delfín aprenda a hacer tal o cual pirueta, su objetivo es mucho más ambicioso: Pretenden que el animal sea creativo, que innove.

Tan importante es la tarea (movimiento nuevo) como la relación. Que el delfín esté interesado en participar en el “juego” depende de que la relación entre ambos sea positiva.

Lo que los entrenadores pretenden es que el delfín aprenda a aprender, que comprenda las “reglas del juego”. No importa la dificultad de la pirueta realizada, sino la innovación, el hacer algo distinto. Se fomenta la iniciativa y la originalidad.

En este proceso de aprendizaje, el delfín recibe información (el sonido del silbato le indica que es lo que ha hecho bien) y refuerzo (pescado). Así el animal entiende cuando hace algo esperado.

Finalmente, no se utiliza ningún tipo de castigo para corregir conductas. Es decir, mientras que el animal no hace movimientos nuevos o mientras se empeña en repetir los aprendidos el día anterior, no se le aplica ningún castigo (no se le ofrece pescado podrido), sencillamente no se le presta atención.

Si comparásemos la “clase del delfín” con nuestro trabajo como maestros y profesores, o con nuestra forma de comportarnos con nuestros hijos…

¿Cuál es nuestra intención como maestros? ¿Les decimos a los niños la “pirueta” que tienen que aprender o les dejamos margen para que muestren su creatividad?

¿Cuidamos la relación de la misma manera que atendemos la tarea? ¿Tenemos tiempo de “dejar caer” algunos pescados fuera de nuestro tiempo de entrenamiento para cuidar la relación?

¿Ofrecemos información y premiamos cada comportamiento esperado o positivo de nuestros alumnos o mostramos más predisposición a atender los comportamientos negativos?

¿Posibilitamos, buscamos la iniciativa en nuestros alumnos?

¿Abusamos del “pescado podrido” para corregir los comportamientos no deseados, aún a cambio de sacrificar la relación y que nuestros “delfines” desistan en su interés por aprender?


* La investigación de Bateson está recogida en el libro "Coaching" de Robert Dilts.

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